"No quiero que mis hijos tengan un recuerdo monolítico de mi... por el contrario, me gustaría que me conocieran como el vulnerable hombre que soy, tan vulnerable como ellos y quizás aun más."
George Simenon
Iniciamos con esta máxima de Simenon, porque
inevitablemente nuestro padre deja una huella indeleble en cada uno de nosotros,
y en nuestro proceso de crecer se hace fundamental nuestra diferenciación,
desidealización y aceptación de su humanidad. Cuando mencionamos la palabra
padre, evocamos la representación de toda figura de autoridad: Jefe, profesor,
líder, protector, Dios. El padre alcanza grandeza cultural en los mitos de los
orígenes; su simbólica se confunde entonces con la del cielo y refleja el
sentimiento de una ausencia, una falta, una pérdida, un vacío, que sólo el autor
de los días podría colmar "Dios padre". (Jean Chevalier).
En nuestro proceso de crecimiento, de la infancia
hacia la adultez, pasamos del mundo no verbal del reino matriarcal, con sus
ciclos automáticos de nacimiento, crecimiento y decadencia, para entrar al mundo
patriarcal, de la palabra creadora, donde se inicia la ley masculina, del
espíritu sobre la naturaleza. Esta ley es la encarnación del logos o principio
racional lo cual es un aspecto del arquetipo del padre.
En la historia así como en nuestra vida
particular, la transición de la fase del matriarcado a la del patriarcado es
siempre difícil. Abandonar el mundo protector afectuoso y nutriente de la
infancia para afrontar las responsabilidades de la edad adulta es una labor
dura. Hay un paso necesariamente intermedio entre la identidad inconsciente, con
todas las experiencias de la infancia, y la edad adulta, mas consciente e
individual; este paso es la vida en comunidad. Durante esta fase de transición
es necesario experimentarse a sí mismo como miembro de un grupo en desarrollo
(familia, clan, estado, nación), a cuya cabeza se encuentra una autoridad justa
y poderosa. (Sallie Nichols)
El padre como arquetipo siempre nos alcanza y
tiene que ver con cada uno de nosotros; la riqueza del símbolo del padre se debe
a su potencial de trascendencia (Paul Ricoeur). El arquetipo
del padre es manantial de institución; como el señor y el cielo, es una imagen
de la trascendencia ordenada, sabia y justa; por ello la gran responsabilidad
que se asume cuando se abre paso a la paternidad.
El padre no sólo es el ser que queremos poseer y
tener; sino también el que queremos poder llegar a ser, el que queremos ser o
valer. Y este progreso pasa por la vía de la supresión del padre "otro" (nuestro
padre, el ser que se ha interiorizado) hacia el acceso al padre "yo mismo" (como
ser individuado e integrado). Tal identificación con el padre entraña el doble
movimiento de muerte (para él) y de renacimiento (para mí). El padre pues subsiste
siempre como una imagen permanente de trascendencia, que sólo
puede aceptarse sin problema con un amor recíproco de adulto. (Jean
Chevalier)
Pero a veces deformamos algo tan natural; ya que nuestra actual sociedad por momentos escindida, se rige por patrones patriarcales, sin embargo nos domina el matriarcado, desconociendo en algunas sociedades el valor y la importancia del padre "papá se le dice a cualquiera"... dejando así de reconocer la valía del principio masculino, tan importante es este principio, como lo es el principio femenino, nuestro mundo y nuestra vida no podrían existir sin la interacción de los opuestos: el sol y la luna, el día y la noche, el cielo y la tierra, luz y oscuridad; la unión de los extremos fecunda la creación.
Por ello es crucial encontrar la dialéctica para ser más fecundos y creadores, abriendo paso a la reciprosidad, a la posibilidad de integrar y de sanar.