sábado, 2 de junio de 2012

Por nuestros padres... y para nuestros Padres

"No quiero que mis hijos tengan un recuerdo monolítico de mi... por el contrario, me gustaría que me conocieran como el vulnerable hombre que soy, tan vulnerable como ellos y quizás aun más."
George Simenon
Iniciamos con esta máxima de Simenon, porque inevitablemente nuestro padre deja una huella indeleble en cada uno de nosotros, y en nuestro proceso de crecer se hace fundamental nuestra diferenciación, desidealización y aceptación de su humanidad. Cuando mencionamos la palabra padre, evocamos la representación de toda figura de autoridad: Jefe, profesor, líder, protector, Dios. El padre alcanza grandeza cultural en los mitos de los orígenes; su simbólica se confunde entonces con la del cielo y refleja el sentimiento de una ausencia, una falta, una pérdida, un vacío, que sólo el autor de los días podría colmar "Dios padre". (Jean Chevalier).

En nuestro proceso de crecimiento, de la infancia hacia la adultez, pasamos del mundo no verbal del reino matriarcal, con sus ciclos automáticos de nacimiento, crecimiento y decadencia, para entrar al mundo patriarcal, de la palabra creadora, donde se inicia la ley masculina, del espíritu sobre la naturaleza. Esta ley es la encarnación del logos o principio racional lo cual es un aspecto del arquetipo del padre.

En la historia así como en nuestra vida particular, la transición de la fase del matriarcado a la del patriarcado es siempre difícil. Abandonar el mundo protector afectuoso y nutriente de la infancia para afrontar las responsabilidades de la edad adulta es una labor dura. Hay un paso necesariamente intermedio entre la identidad inconsciente, con todas las experiencias de la infancia, y la edad adulta, mas consciente e individual; este paso es la vida en comunidad. Durante esta fase de transición es necesario experimentarse a sí mismo como miembro de un grupo en desarrollo (familia, clan, estado, nación), a cuya cabeza se encuentra una autoridad justa y poderosa. (Sallie Nichols)

El padre como arquetipo siempre nos alcanza y tiene que ver con cada uno de nosotros; la riqueza del símbolo del padre se debe a su potencial de trascendencia (Paul Ricoeur). El arquetipo del padre es manantial de institución; como el señor y el cielo, es una imagen de la trascendencia ordenada, sabia y justa; por ello la gran responsabilidad que se asume cuando se abre paso a la paternidad.

El padre no sólo es el ser que queremos poseer y tener; sino también el que queremos poder llegar a ser, el que queremos ser o valer. Y este progreso pasa por la vía de la supresión del padre "otro" (nuestro padre, el ser que se ha interiorizado) hacia el acceso al padre "yo mismo" (como ser individuado e integrado). Tal identificación con el padre entraña el doble movimiento de muerte (para él) y de renacimiento (para mí). El padre pues subsiste siempre como una imagen permanente de trascendencia, que sólo puede aceptarse sin problema con un amor recíproco de adulto. (Jean Chevalier)

Pero a veces deformamos algo tan natural; ya que nuestra actual sociedad por momentos escindida, se rige por patrones patriarcales, sin embargo nos domina el matriarcado, desconociendo en algunas sociedades el valor y la importancia del padre "papá se le dice a cualquiera"... dejando así de reconocer la valía del principio masculino, tan importante es este principio, como lo es el principio femenino, nuestro mundo y nuestra vida no podrían existir sin la interacción de los opuestos: el sol y la luna, el día y la noche, el cielo y la tierra, luz y oscuridad; la unión de los extremos fecunda la creación.

Por ello es crucial encontrar la dialéctica para ser más fecundos y creadores, abriendo paso a la reciprosidad, a la posibilidad de integrar y de sanar.